Aquella tarde había sido un poco más festera de lo que es habitual. En su casa habíamos bebido un licor que en secreto había comprado en el mercado, sinceramente estaba especialmente fuerte. Además, algunos amigos se habían unido a la fiesta, allí estaba Sissoko, Samake y Adama Kouyaté, todos al son de Salif.

Fue por la noche cuando lo descubrí levitando. Tocando el ngoni y cantando se había transformado en el hechicero que conocí a la entrada de su casa.

Cerré los ojos y me dejé llevar por esa amalgama de sensaciones que a mi edad, por otra parte, conllevarían aseguradas consecuencias a la mañana siguiente. Recuerdo que decidí aprovechar ese cálido momento pasara lo que pasara. Son esas ocasiones en las que egoístamente no te importaría dejar de vivir.

Malí, país vecino del mío, no sería el mismo desde entonces.