En el estudio existe un ambiente, una magia ancestral, algo que no se puede contar con palabras. Es como si allí quedaran las fuerzas y las ilusiones, el trabajo de gente que le habla al mundo concentrado en un espacio sordo. Hablas distinto, miras distinto, respiras distinto, como si no quisieras nunca dejar ese lugar, como si eso quedara para siempre en un tiempo infinito. Grabar es un rito.
Lo que queda después es una huella recíproca, una allí y otra en ti. Después del momento creativo, una mínima expresión de un instante, de una idea, … la canción va viviendo la experiencia de crecer, caminar, dormir, y tras un duro trabajo tiene la suficiente edad como para pasar a convertirse en huella, en huella recíproca que queda en ti y en los demás. No hay una sola forma de ver el mundo, me niego a pensar eso, y si es verdad que sólo hay una, viviría en el estudio el resto de mi vida viviendo las huellas, viviendo la creación día tras otro. Crearía, resolvería y borraría lo creado. Entrar con la luz del día, salir con la de la noche, el tiempo allí es relativo: una canción dura cuatro minutos y se graba en cinco mil o seis mil minutos. Allí el tiempo te hace viejo sabio o un niño inmaduro, y tienes que serlo, y no importa.
No obstante un día se acaba y no te has dado cuenta, y ese día sólo queda esperar volver al espacio donde una voz se hace infinita.
amigo deseando escuchar tu nuevo trabajo, como siempre una aventura sonora…
Ayer le contaba yo algo parecido a alguien que me preguntó qué tal había ido la tarde. Es una magia indescriptible!